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Ademas de Santa María imágenes y palabras reveladas y Zofri en 25 miradas, tambien se hace referencia al trabajo artístico de Ward en otros cinco documentos de distintos autores, donde se publican cuentos, entrevistas, opiniones y comentarios..
Una especie de curriculum artístico.
Al recordar mis inicios artísticos aflora de forma solitaria mi primera experiencia vivida en las tablas, ya que no hubo otra igual o similar sobre un escenario. Tampoco recuerdo haber recitado o actuado en veladas o en los números artísticos de las efemérides de la Escuela Domingo Santa María o del Liceo de Hombres de Iquique donde estudié. Fui un niño muy tímido. Para esa época de estreno debo haber tenido trece o catorce años. Fue algo esporádico, ocasional, no por eso una puesta en escena despreocupada de la obra Nadie puede saberlo, del escritor chileno Enrique Bunster (1912-1976).
Eramos un grupo de adolescentes que asistíamos a la Iglesia Metodista de Iquique, quienes convocados y dirigidos por su pastor don Eduardo Stevens nos presentamos por primera y única vez en el Día de los Talentos en el escenario del comedor del internado del Colegio Inglés IEC de calle José Joaquín Pérez. El año anterior habíamos presentado una Zarzuela, la diferencia esta vez fue que en este trabajo había escenografía, vestuario, maquillaje, iluminación, todo lo que se requiere en un montaje teatral serio. Interpreté el rol protagónico, Domínguez, el periodista.
A los 17 años me incorporé a una Compañía adulta, la “Agrupación Teatral Iquique", dirigida por Cecilia Millar, constituida por Jaime Torres Lemus, Tommy Rojas, Teresa Lizardi, Lida Cruz, entre otros más. Todos profesores artistas, (Posteriormente fui colega de ellos cuando trabajé el año 1973 en la Escuela Artística de calle Barros Arana) donde se destacaba como escenógrafo Enrique Campusano (Empleado de un Banco, hoy un connotado pintor de prestigio internacional radicado en Santiago). La mayoría de ellos había conformado anteriormente el Teatro del Magisterio, UPECH. Esta por tanto, era la única que existía en la ciudad y con la cual viví todo el proceso de ensayos de una compañía con trayectoria.
Recuerdo que cuando tenía 10 años, todos los sábados o domingos iba al Teatro de la UPECH -ubicada en Vivar con Zegers- a ver a estos profesores actores. Quien nos recomendaba ir al teatro era mi profesor Mario Puch que oficiaba de técnico del grupo, además su esposa Elide Rodríguez era una de las actrices más destacadas de esa agrupación teatral. Lo que más me llamaba la atención eran la creación de esos mundos completos, que tenían todo un soporte para hacerlo más real. El espacio era pequeño pero lo tenían todo: escenografía, vestuarios, iluminación, maquillaje. Allí tomaban vida los cuentos tradicionales, "Caperucita Roja", "Pinocho" y otros más. Aún no existía la televisión y me maravillaba con las actuaciones de Jaime y de Elide, las espectaculares escenografías y muñecos hechos por el profesor-artista Atalibar Rojas. Era demasiado mágico para un niño de 10 años que sufría "bullying" en su colegio. Era un espacio donde se creaban realidades a gusto personal, por eso estoy casi seguro que fueron ellos quienes indirectamente sembraron en mí el bichito teatral. Entonces cuando me invitaron a integrarme a la Agrupación Teatral Iquique estando en el Liceo en Tercero Medio (Quinto Humanidades) ya sabía quiénes eran y no tuve ningún reparo. Unos meses antes me había ido a dar unas vueltas por el gimnasio del Instituto Comercial a ver a un grupo de jóvenes de la CUT que ensayaba con el método teatral de Grotosvki, ahí estaban Iván Vera-Pinto, Ana Marambio, Jesús Núñez, Yerko Teodorovic, era un “teatro pobre”, a mí me llamaba la atención el teatro con más parafernalia.
La Agrupación Teatral Iquique se cobijaba en la sala de calle Baquedano entre Zegers y Wilson, allí habían levantado un escenario. Este espacio físico correspondía la Casa de la Cultura de la Sede Universidad del Norte. El mismo lugar que posteriormente ocupó el Grupo de Teatro TIUN (1973-1978) que dirigió Guillermo Jorquera, el cual integré por muchos años desde sus inicios (Hoy Sala de Artes Doña Inés de Collahuasi).
Actúe en dos obras. La primera Réquiem para un Girasol de Jorge Díaz. Mi debut como Evaristo, un ciego que pedía limosnas en las puertas de un cementerio. Se cumplió la temporada y vino un segundo montaje con mayor proyección y expectación en la comunidad. Una comedia musical de Armando Mook, Señorita Charlestón, con la cual se recorrió por otras ciudades. A mí me tocó actuar en la segunda temporada, hice un reemplazo, el Mozo. Actuamos en Iquique y luego fuimos al Casino de Arica.
Egresé de Educación Media del Liceo de Hombres. Rendí la Prueba de Actitud Académica, me fui a Santiago a estudiar Licenciatura en Artes en la Universidad de Chile. Tenía clases entre la Escuela de Bellas Artes que estaba en calle Pedro de la Barra y el Museo de Bellas Artes. En esa fecha el Museo se incendió, quedando solo algunas salas habilitadas. Teníamos que entrar a los talleres por las ventanas. Allí nos encontrábamos siempre con Miram Salinas (UNAP, Ediciones Campus) quien estudiaba en la Escuela de Canteros. Mis profesores en el Bellas Artes de los que recuerdo fueron Matilde Pérez, Marta Colvin y José Balmes. Ese mismo año trate paralelamente de estudiar Teatro en la Universidad de Chile, la Escuela quedaba muy cerca, pero los horarios no fueron compatibles. Eso sí, me vi todas las obras que se estrenaban, siendo hoy verdaderos clásicos del Teatro Chileno, como “Nos tomamos la Universidad” de Sergio Vodanovic, “El Evangelio según San Jaime”, de Jaime Silva y cuanta obra experimental y vanguardista que se montaba en la capital.
Eran los años 70, el movimiento hippie en Santiago se hacía notar al ritmo de los Beatles y del go-go. La psicodelia estaba liderada por el grupo de danzas de Vicky Larraín y las experiencias de arte y LSD (Ácido Lisérgico). Los montajes teatrales que incluían desnudos totales era pan de todos los días, como lo eran las huelgas al Gobierno de Eduardo Frei Montalva, huelgas de estudiantes, profesores, empleado fiscales, de la salud, etc. detenían al país por meses.
Como consecuencia de ese entorno social convulsionado y no habiendo presupuesto familiar que aguantara tener un hijo en Santiago, estudiando arte, sin clases, pagando pensión, aparece otra opción en el norte. Me vine a Iquique a estudiar Pedagogía en Educación General Básica en la Escuela Normal de Antofagasta en su sede que tenía en Iquique, frente a la Sala Veteranos del 79. Así fue, estuve solo un año y medio en la U. Tenía 20 años. En la Escuela Normal de Iquique formé un Grupo Experimental de Teatro junto a los compañeros Lorenzo Fernández, Tania Rojas, Santiago Mena, hoy todos profesores ya jubilados. Ensayábamos en el segundo piso de la Protectora de Estudiantes (Edificio frente a la Plaza Prat) Eran obras de creación colectiva, teatro físico, de “vanguardia” influenciado por lo vivido en la capital.
Terminé mis estudios y vuelvo a Santiago, a San Bernardo a hacer mi práctica como Profesor en unos buses-aulas ubicados en un campamento del MIR cerca del Sanatorio El Pino, donde se me nombra como Director Encargado. Por supuesto seguí viendo teatro y yendo a cuanta exposición se inauguraba. Volví a Iquique, me titulé, trabajé como Profesor de Artes Plásticas en la Escuela de Cultura y Desarrollo Artístico cuyo director era Jaime Torres Lemus y profesores Luis Taboada, Iris Di Caro, Eduardo Carrión, Teresa Lizardi y otros que había conocido antes el la Agrupación Teatral, también ingresé al Teatro TIUN de la Universidad del Norte dirigido por Guillermo Jorquera Morales, actuando el año 1974 en la primera obra de esta Agrupación, Marido cornudo apaleado y contento, de Bocaccio junto a Jaime Torres y Pilar Lagos. Luego viví un año en Estocolmo (Suecia). Volví al TIUN, empecé a escribir teatro para niños, siendo mi primer texto Las pildoritas mágicas de la bisabuela que montó el TIUN y dirigió Guillermo Jorquera (1975), como también a trabajar en los diseños de vestuarios, maquillajes, escenografías, etc. de la gran producción del TIUN y luego del TENOR sin parar hasta hoy...
Empecé de adolescente, continué, me perfeccioné consolidando mi propia “forma” de enfrentar la creación y la dirección teatral, basada en el "método" Stanislavskiano, y lo vivencial compartido con distintos maestros locales y nacionales: Jaime Torres, Guillermo Jorquera, Ramón Núñez, Fernando González, Abel Carrizo, Alfredo Castro, Mauricio Celedón, Andrés Pérez, Verónica García-Huidobro, Luz Jiménez, Gloria Canales entre los que más recuerdo en estos momentos.
He seguido aprendiendo con perfeccionamientos, pasantías, la creación de la Compañía de Teatro Viola Fénix (1991) y del Colectivo Zeta de Teatro Espontáneo (2013), en la dramaturgia con temas regionales y con la publicación de libros que rescatan la historia y los personajes del teatro local.
Estos episodios me recuerdan que ya son cincuenta años del primer encuentro, años que resumo de mi vida como “teatrista”, término que para mí significa ser más que actor, director, diseñador o dramaturgo, es vivir el teatro en su totalidad, incluye experiencia, consecuencia, innovación, trayectoria, competencias, más el apoyo que siempre he tenido de mis compañeros del teatro para hacer todas estas tarea bien y con dignidad.